sábado, diciembre 28, 2013

Cambio de piel (INTRO)

Desde hace un tiempo había deseado ver las cosas desde una perspectiva diferente, debo decir que mis desesperados intentos incluyeron películas, libros, televisión (de todo tipo) y gente, mucha gente.
Tiende a suceder que en la sociedad en la que vivimos en estos días es más sencillo colocar la etiqueta de 'puta', de 'zorra' o de 'barata' en una mujer con muchos 'amigos', que en un hombre con muchas 'amiguitas'.

Lo cierto es que ya pasé por ahí como parte de mi búsqueda de perspectiva y, a pesar de haber sido divertido, me di cuenta que las etiquetas sociales que se imprimieron en mi frente de manera invisible, pero de cierta manera tangible para muchos, no sólo eran físicas sino también emocionales para mí misma.

Qué va, sólo eran chicos que buscaban el placer de acostarse conmigo. Nada más. No había amor, sólo esa necesidad de llenar vacíos emocionales causados por la falta de una figura paterna, materna o hasta por la muerte de alguien a quien adorábamos con todo nuestro ser. Y a pesar de tanto placer físico, el placer emocional siempre quedaba corto al darnos cuenta de la falta del conocimiento mutuo de nuestros nombres.
'Fue un placer', a veces articulaban al dejar mi alcoba; eso si es que al menos tenían la decencia de despedirse por la mañana.
Pero a final de cuentas, la escena siempre terminaba de la misma manera: ducha, café, ventana y libro, un buen libro, claro que siempre ha habido sus excepciones.

Una vez escuché que el sexo casual deja de serlo en el momento en el que la gente se da cuenta de que lo tienes de manera frecuente. Supongo que eso fue lo que me sucedió:
De un par de meses para acá 'el amigo de un amigo, del vecino, del primo, de la hermana del cuñado' se convirtió en mi más brutal enemigo y de repente todos aquellos que tuvieran pulso en mi universidad supieron de mi existencia. Y es que Ally, su servidora, nunca se percató del número de chicos que alguna vez fueron invitados a su dormitorio. Aparentemente un número de dos cifras y de un par de decenas, era demasiado para una chica 'bien' de una universidad tan prestigiosa como en la que yo estudio.
Y aún así, no importaba. Todo era a base de rumores y así como había gente que los creía fácilmente, había otro tanto que no lo hacía o simplemente no le daba importancia. Después de todo, estudiar arquitectura era ya bastante difícil y absorbía demasiado tiempo como para concentrarse en asuntos ajenos. Pero esos rumores siguieron y siguieron, supongo que cuando tienen cierto grado de veracidad, simplemente se niegan a morir, y más si sigues alimentándolos con más historias de más chicos en tu alcoba.

Pasaron los meses hasta que se convirtieron en todo un semestre y todo lo que el final de éste conlleva: exámenes, trabajos, maquetas, maestros que, creyendo que las habladurías de la gente son reales, te ofrecen 'subir tu nota a cambio de una revisión meticulosa de tu... trabajo'. Así es, hasta los profesores son humanos y tienen hormonas que los llegan a dominar. Debo decir que ante ellos fingí demencia y hasta llegué a amenazar con dar aviso al decano de aquellas propuestas nada decorosas, cosa que me valía mejores notas o puntos extra. De cualquier manera mi boleta nunca se vio mejor.

Para cuando fue el último día de presentarse en las aulas, ya comenzaba a nevar y las calles poco a poco se llenaron de espacios en blanco que poco a poco acapararon todos los espacios habidos y por haber de la ciudad. Al menos los vuelos no se cancelaron. Gracias a la fuerza divina de su preferencia, aquí nunca hay tormentas de nieve y la vida puede seguir su curso sin problema.
De alguna manera y entre tantos pendientes escolares, logré empacar justo a tiempo para el viaje temporal de regreso a casa para las fiestas. Ya me podía ver disfrutando de mi habitación, su ventana, mis libros y el delicioso café que prepara mi madre. De esas cosas que ningún placer pasajero puede llegar a llenar. Aunque claro, siempre estaba él. Ése que me prometió esperar hasta el día en que terminara mi demandante carrera para hacer nuestra vida juntos; él que lo prometió sin esperar que yo devolviera la promesa de manera recíproca. Sí, es todo un iluso pero sus intenciones siempre han sido las mejores. Quien sabe, tal vez en esta vuelta a casa al final haya encontrado alguna otra con la que su promesa de esperar se haya perdido en el intento. De verdad espero que así sea.

La sala de espera en el aeropuerto está repleta de gente desesperada por llegar a su destino. Los entiendo, aunque nunca he entendido de qué manera su actitud de enojo podrá lograr que el avión viaje más rápido. Gente. Ahora entiendo porqué siempre intento mantenerme aislada. Mejor mirar por la ventana y disfrutar del blanco paisaje que nos regala el clima. En casa no veré esto y para cuando regrese a la ciudad la nieve habrá desaparecido. Qué lastima que ciertas cosas simplemente no puedan durar para siempre.

Siempre que llego al aeropuerto me espera un eterno viacrucis hacia mi hogar que está a cuatro pueblos de distancia, o lo que es lo mismo, a un viaje en tren de dos horas y dos viajes, de 1 hora cada uno, en autobús de distancia. Cuatro horas por una ventana, un libro y un café. Parece que no, pero vale la pena el dolor de espalda, el cansancio y cualquier cosa que se pudiera presentar, por estar de nuevo en casa.

Mi pueblo es pequeño, pero de alguna manera siempre logramos perdernos cuando éramos niños. Supongo que tener hermanos mayores siempre tiene sus ventajas, aunque no todo el tiempo. Como ahora mismo; me encuentro en la estación de autobuses y ni rastro de ningún miembro de mi familia. Supongo que será mejor ir caminando antes de que anochezca y haga más calor. Odio que aquí nunca haya navidades frías, tal vez sea esa la razón por la cual nunca me han gustado.

Todos felices de verme y yo sonriendo y besando a todo el que se pone en mi camino. Mis hermanos disculpándose por no haber tomado un tiempo para recogerme, yo diciendo que no importa a sabiendas de que mis cuñadas no se los han permitido. Una desventaja de tener hermanos mayores: sus esposas y sus excusas.
Después de mil abrazos y mil besos al fin llego a mi habitación y mi cama jamás se ha sentido más cómoda como en este momento.

Respiración agitada y coordinada, sudor en mi cuerpo, mis manos tirando de su cabello y las suyas rodeando mi espalda. No siento nada y lo siento todo. Cada fibra de mi ser vibrando, llegando a la cumbre de esa llamarada que la gente llama pasión, miro al techo buscando una bocanada de aire, sintiendo mi cuerpo perder el control y... Despierto. Es sólo otro de esos sueños recurrentes que me persiguen desde que comencé a llenar mis espacios vacíos con sexo. En ocasiones llegan a ser igual de placenteros que en la vida real y aunque ambos duran prácticamente lo mismo, al final siempre son sueños. Por el momento me tendré que conformar con ellos durante este largo mes de vacaciones, en el pueblo es imposible llevar la doble vida que llevo en la ciudad, todo el mundo se enteraría. Demasiado drama para Navidad.
Habrá que buscar otra manera más decente de entretenimiento. Ya veremos.

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