miércoles, mayo 11, 2011

Blanc/ Hernán Lugo


Esta era la historia de una joven señorita destinada siempre a verse a sí misma como un esquema trivial de las telenovelas; siempre viéndose y quejándose de su vida, malgastándose en sentimientos retrógradas y simplistas, viendo como el tiempo se la llevaba.

Un día algo raro paso: Salió a caminar y en su pasear vio cosas muy diferentes a las ya acostumbradas. Era una mañana radiante, los cielos eran azules aún. Ya se había despertado muy temprano pues un raro insomnio perturbo su plácido sueño; un sonido que provino desde la ventana, algo como una invitación o mejor dicho una incitación a salir. Así empezó su extraña aventura.

Había caminado ya varios kilómetros de su casa siguiendo un rumbo nada fijo aún, caminando entre callejones elevados y empedrados de un tono gris pero humectado con tonalidades verdosas por el musgo y el moho de la humedad de la región. Siguió su curso y el cielo azulado comenzó a tomar un color gris blancuzco, ya que estaba totalmente poblado por grandes y estrepitosas nubes que desprendían frágiles y cristalinas gotas de lluvia. Una brisa fresca y serena rozaba los tersos y carnosos labios de esa joven, que se detuvo un instante para contemplar plácidamente ese incitante clima que había hecho de pronto cambiar su percepción.

De pronto sintió que una emoción desconocida recorría poco a poco su cuerpo como si desde su estómago, esa diaria sensación de vacío se transformara en algo más activo, más completo y comenzara a llenarse con un ligero movimiento que le hacía cosquillas. De pronto de esos dulces labios, se emanó un pequeña pero marcada sonrisa, como si fuese el descuido de un pintor al dibujar unos labios en un retrato, algo demasiado sutil para ser captado a simple vista; un sonrisa espontánea pero sincera, discreta pero honesta, pequeña pero bella. Tan pronto una gota de llovizna cayó sobre uno de sus ojos , un profundo suspiro hizo que decidiera emprender su camino de nuevo, pero al volver la vista hacia el camino, noto con gran admiración que ya no se encontraba en su ciudad, si no en otro sitio. Un lugar totalmente distinto al cual pertenecía, a esa antigua ciudad de grandes chimeneas, de calles estrechas y empedradas, llenas de un verdor y un gris místico donde dichas calles parecen interminables entre subidas y bajadas.

Por un momento esa sensación de paz cambió por una de miedo, miedo a lo ignoto al darse cuenta de que realmente que ya no estaba en su ciudad natal, si no en otro lugar: un lugar vacio, sin tiempo, un lugar sin vida, conformado por grandes montículos de arena blancuzca, donde no se lograba distinguir la línea del horizonte por el gran cúmulo de arena y las grandes nubes blancas que cubrían el cielo.

Por un momento le pareció que el tiempo se detuvo, así como la cantidad de sonidos que ella percibía al iniciar su caminata matutina; no había sonido de aves, ni de coches, ni el sonido de las fabricas, ni el sonido viento… nada, no había nada… ni siquiera el sonido de su corazón.

Fue como si de pronto todo se conformara por un absoluto silencio. Y entonces un pequeño alarido salió de sí misma y su preocupación se incrementó al darse cuenta que no escuchaba su propia voz. Miró a todas direcciones y no había más que ese gran mundo blanco constante, absoluto, eterno y sin tiempo. Comenzó a correr y la extraña abrasión de la cual era esclava a diario volvió a si misma. Se sintió de pronto otra vez esclava de la monotonía de un vacio en un mundo blanco. Hasta que, por desesperación, cayó al suelo arenoso y blanco y comenzó a llorar tapándose el rostro con las manos. Sus lágrimas comenzaron a mojar la arena y esta se torno roja; de un rojo tan centellante que semejaban diminutas lamparitas. Cada granito de arena brillaba y se apagaba, tornándose en si cada vez más iluminado. El curso de las lagrimas formó un camino muy pronunciado llegando hasta un agujero, o lo que parecía un gran hoyo negro en medio de un montículo enorme de piedrilla blanca.

Se aproximó y al inclinarse para ver qué había, alguien o mejor dicho, algo la empujó; pero no cayó hacia el pozo, sino en sentido contrario. Comenzó a elevarse hacia el cielo a una velocidad impresionante; subía y subía, viéndose de pronto envuelta entre nubes grises y blancas, hasta que de pronto se detuvo con un techo enorme, sobre el cual pudo ponerse en pie como si pudiera caminar por él, como si la gravedad hubiera vuelto a la inversa y pudiera caminar libremente por esa extraña superficie plana, blanca, lisa y fría como el yeso.

Había ahí unos granitos de arena roja que parecían formar un sendero, como dejados intencionalmente. Esos mismos granitos rojos eran muy similares a los que se formaron con sus lágrimas. Siguió este sendero y caminó durante bastante tiempo y de pronto los sonidos parecían volver en sí; ella podía escuchar el sonido de su respiración por el cansancio y la excitación que llegó por saber a dónde llegaría. Una sensación de vacío apareció al pensar que ese camino no tendría fin pasó de pronto por su mente, hasta que a lo lejos una luz anaranjada se formó a lo lejos; el perfil de una cuidad aparecía con una gran torre, cuya gran silueta se distinguía.

Comenzó a correr y de pronto el color de piso tomo colores extraordinarios; un extraño amarillo brillante comenzó a tomar forma en el piso y conforme avanzaba el amarillo se volvió anaranjado hasta que todo fue rojizo y el rojo se volvió total. Ya no distinguía nada, de pronto topó con un muro y al ver hacia arriba se dio cuenta de que había chocado con uno de los muros de la torre; era una pirámide al parecer cuadrangular, pero aparentemente de enorme altura. No se podía distinguir dónde terminaba, era como si se perdiera en el cielo… ¿o el piso?

Recorrió varias veces el rededor de la torre y no encontró una manera de accesar, hasta que cerró los ojos y en la oscuridad encontró la entrada. Logró entrar a la torre, y dentro de ella había extraños seres; pequeños escarabajos que hablaban entre sí a susurros. Ella se les acercaba y ellos se alejaban y se reían. Uno de ellos dijo -¡Esperen! ¿Ya vieron quién es? Es la misma, la princesa, la mujer que todos deseamos, la reina de los escarabajos. Lo dijo el señor de las grandes manos: “Un extraño ser, con ojos hinchados, con labios carnosos será nuestra reina.”. Hablemos entonces con ella. Preguntémosle cuál será nuestro destino entonces.- Decían entre sí los escarabajos. Pero ninguno se atrevía a hablarle. Ella preguntaba qué tanto hablaban, pero ellos la ignoraban como si la indiferencia se volviera miedo. Hasta que otro escarabajo, el más pequeño de todos, le dijo -Yo no veo por qué tanta descortesía y tanto temor. Yo no seré descortés con usted, su majestuosa alteza. Yo soy el pequeño Sasha, el más valiente entre los valientes, el más pequeño de los pequeños pero el más fuerte de todos. Un noble corazón que está dispuesto a dar la vida por vos.- Ella sonrió y asintió con la cabeza, el pequeño escarabajo se inclinó y ella lo levantó con su blanca mano y lo besó. De pronto todos se inclinaron y el escarabajo comenzó a brillar y se abrió un portal al fondo del gran salón, el cual se encontraba dentro de la torre en vórtice y comenzó a aspirar a todos los escarabajos. Una extraña fuerza succiono a todos, incluso a la joven.

Ella perdió la conciencia por unos instantes y al despertar se encontró en un jardín lleno de escaleras que pendían de grandes hilos, los escarabajos habían desaparecido y sólo quedaba en su mano el escarabajo Sasha, que había cambiado de color, se había vuelto dorado pero se había petrificado. Ella lo guardó en una bolsa de su pantalón y siguió caminando entre las sinuosas escaleras que pendían de hilos, hasta que se encontró a sí misma en una pequeña terraza, al fondo de ella había un muro con un texto escrito. Se acercó y lo leyó: ‘Haz sido humilde, haz visto la belleza y la sabiduría, haz valorado la pasión, y haz llorado tu soledad. Sólo una prueba más te queda, donde haz dejado tu corazón realmente vacío, donde has desprendido el secreto de tus sueños, si es que acaso crees que sabes soñar.’. Ella se detuvo un momento, se inclinó y de pronto cayó al suelo. Frente a ella había una daga y la tomó; sacó de su bolsillo el escarabajo y tomó la daga. Se acuchilló a sí misma y sacó su corazón que latía con gran celeridad y en su lugar colocó el escarabajo. Con su último aliento se dijo -Soy capaz de morir teniendo como corazón un escarabajo; soy capaz de morir en un mundo distinto, alejada de todos mis seres queridos, soy capaz de morir sin haber conocido a ese príncipe mío, soy capaz de morir bajo mi propia mano; pero eso sí, sé que he de morir, con mi último pensamiento, y sin importar a donde vaya la sonrisa que en mi se dibuja es gracias a el amor que siento. Ese escarabajo mío, es lo único que tengo, le entrego felizmente mi corazón y a él en su lugar lo pongo para ser uno mismo en un paraje sin tiempo.-. Y la joven cayó muerta.

De pronto abrió los ojos y estaba de nuevo ella misma viendo hacia el cielo a las afueras de su ciudad natal, con lágrimas en los ojos pero con una hermosa sonrisa… y en su mano, un pequeño escarabajo.

Fin.

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